"En el lenguaje es siempre la guerra" (Henri Meschonnic)

martes, 9 de abril de 2013

Dos cartas*

Por Louis-Ferdinand Céline


1/

A André Rousseaux
24 de mayo de 1936

Estimado colega:

En primer lugar mi enorme gratitud por el artículo que usted antes que nadie tuvo a bien consagrarme. ¡No sé qué hay que admirar más, su benevolencia o su coraje! Sobre todo porque seguramente tuvo que soportar fuertes reacciones. ¡Es mucho (más) fácil atacarme que defenderme! Lo sé.
¡Ahora a las reclamaciones!
Quejas por el argot: ¡truco, procedimiento, amaneramiento, artificio, [palabra ilegible] etc.!
¡Y no! Escribo como hablo, sin procedimiento, le ruego que me crea. Me tomo mucho trabajo para restituir lo “hablado” en lo “escrito”, porque el papel no retiene muy bien la palabra, pero eso es todo. ¡No hay ningún tic! ¡Ninguna clase de género! Sólo condensación. En lo que a mí respecta de esta manera encuentro el único modo de expresión posible para la emoción. No quiero narrar, quiero hacer sentir. Es imposible hacerlo con el lenguaje académico, usual – el estilo elegante. Es el instrumento de las relaciones, de la discusión, de la carta a la prima, pero siempre es mueca y fijeza. No puedo leer una novela en lenguaje clásico. Ahí sólo hay proyectos de novelas, nunca son novelas. Todo el trabajo queda pendiente. Falta la restitución emotiva. Y es lo único que cuenta. Por otra parte es algo tan exacto que sin camaradería, invernadero, complacencia, penuria, ¡nadie las leería desde hace mucho tiempo! Tienen una lengua imposible, está muerta, tan ilegible (en este sentido emotivo) como el latín. ¿Por qué le pido prestado a la lengua, a la “jerga”, a la sintaxis argótica, por qué yo mismo la invento si es una necesidad del momento? Porque ya lo dijo usted muere rápido esta lengua. Así pues vivió, vive mientras la uso. Capital superioridad sobre la lengua llamada pura, bien francesa, refinada, siempre muerta ella, muerta desde el principio, muerta desde Voltaire, cadáver, dead as a door nail. Todos lo sienten, nadie lo dice, nadie se atreve a decirlo. Una lengua es como el resto de las cosas, es algo que muere todo el tiempo, es algo que debe morir. Hay que resignarse, la lengua de las novelas habituales está muerta, sintaxis muerta, todo muerto. Las mías también morirán, muy pronto sin duda, pero habrán tenido una pequeña superioridad sobre muchas otras, habrán vivido durante un año, un mes, un día. Ahí está todo. El resto no es más que una grosera, imbécil, decrépita jactancia. ¡En toda esta búsqueda de un francés absoluto hay una pretensión estúpida, insoportable, a la eternidad de una forma de escribir, una sola, en francés! ¡el estilo elegante! ¡la momia elegante! ¡Vendas! Ningún riesgo. ¡Rápido a momia! Es la consigna de todos los liceos. ¡Vendas! Y soy menos cruel que Elie Faure: “La mayor parte del tiempo los artistas, con el pretexto de arte, se las arreglan para fabricar algo más muerto que la muerte, le agregan un peso específico que la muerte no tiene. La muerte todavía tiene algo de vida…”

                                                                                                      Su amigo,
                                                                                                            Céline


2/

A León Descaves
Mayo de 1936

Estimado Maestro:

La crítica (en general) da muestras de una parcialidad repugnante contra mi nuevo libro. Se trata de hacerme pagar caro el éxito del Viaje (en gran parte obtenido gracias a usted). Todos los medios son buenos para hacerme pasar como un vivillo, un farsante, un maníaco, para resumir, y sobre todo, mucho más grave, como un aburrido. Ni siquiera me leen. ¡El cerco está hecho! Se trata de perjudicar hasta donde se pueda y con palabras deliberadas. Sin ninguna probidad moral o artística. Evidentemente todo esto es clásico. En cualquier arte los fracasados están en una proporción de 999/1000 – todo lo que no fracasa provoca una revolución, un diluvio de odios. De acuerdo. Pero me apenaría mucho que esta ola de marea biliosa le impida al menos leerme. Me esforcé muy sinceramente en este libro, mucho a decir verdad. Durante cuatro años pasé mis días y mis noches escribiéndolo, además de mi miserable práctica en el dispensario (1500 francos por mes). No soy rico, tengo una hija y una madre a mi cargo. El Viaje me reportó más o menos 1200 francos de renta mensual. Pongo estas cifras porque dicen bien las cosas tal cual son. Literalmente me reventé con Muerte a crédito. Hice lo mejor que pude. Si todos los que se permiten de manera tan cobarde, tan impune “mandarme a la picota” tuvieran el veinte por ciento de mi probidad y de mi aplicación, el mundo se convertiría rápidamente en una edénica estadía, y confieso que mi literatura se volvería injusta. Pero no estamos ahí. Me reprochan también romper, y de manera profunda, creo, con todas las formas académicas clásicas, consagradas. Escribo en una especie de prosa hablada, transpuesta. Esta manera me parece más viva. ¿Tengo derecho? Esta forma tiene sus reglas, también sus terribles leyes, usted lo sabe bien. Que otros lo intenten. Verán. Borré todo el trabajo que dejé detrás, pero existe. Otra cosa, me reprochan no ser latino, clásico, meridional (caracteres bien definidos… elegancia… medida… belleza… etc.). Soy capaz de admirar las diversas bellezas del género, ¡pero incapaz de someterme a él!… No soy meridional. Soy parisino, bretón, flamenco de descendencia. Escribo como siento. Me reprochan ser grosero, hablar obsceno. Entonces hay que hacerles el mismo reproche a Rabelais, a Villon, a Brueghel, y a muchos otros… No todo viene del Renacimiento. Me reprochan la crueldad sistemática… Que el mundo cambie de alma y yo cambiaré de forma. ¿De dónde salen ahora todos estos puristas repentinos? ¡No los veo indignarse contra las películas de gángsters! ¡contra Detective! contra tanta pornografía indefendible… Es que estos puristas son también unos cobardes. No arriesgan nada, sobre todo anónimamente, cuando vacían su hiel contra un autor solitario, arriesgan mucho contra los formidables intereses de las películas o de Hachette. Por un lado alcahuetes o salvajes defensores morales según el monto de los garbanzos. ¿Están celosos de mi experiencia de vida? Evidentemente nunca fui al colegio secundario. Hice mi bachillerato, mi carrera de medicina mientras trabajaba. Es una manera de aprender mucho. Tal vez es lo más difícil de perdonarme. En fin soy médico. La gente odia a los médicos, también odian su experiencia. Escribir los libros del tipo que escribo como usted sabe me hace correr el peligro de ser eliminado de todas partes, de perder mis empleos. No hago literatura para relajarse.
En fin me reprochan lo que se llama la confusión… O está aquel otro que no me encuentra verosímil. Escribo en la fórmula sueño despierto. Es una fórmula nórdica. ¡Ah!, qué feliz sería si me reservara un artículo, no para alabarme (un pedido que no sería digno ni de usted ni de mí), sino para definir claramente como sólo usted podría hacerlo, con su enorme autoridad, lo que existe y lo que no existe en mi libro.
Estimado Maestro, le ruego que crea sinceramente en mi reconocimiento y amistad.

                                                                                                      Louis Destouches
                                                                                                      (L.-F. Céline)

Traducción: Hugo Savino

(*) Estas cartas son posteriores a la publicación, en mayo de 1936, de Muerte a crédito. Que recibió críticas y reseñas muy negativas.