"En el lenguaje es siempre la guerra" (Henri Meschonnic)

viernes, 24 de febrero de 2012

El judío que amaba a Céline

Por Philippe Sollers


Es una historia de amor que termina mal, pero es apasionante y extraña. En 1947, Céline sale de la cárcel danesa y habita una casa al borde del Báltico perteneciente a su abogado. Tiene 53 años, está físicamente destruido pero muy alerta. Se entera de que un joven profesor judío americano lo admira al punto de hacer un elogio de uno de sus panfletos, Les Beaux Draps. Sin lugar a dudas, Céline es un “genio literario”, y se lo debe reconocer como tal. Mejor aún: Hindus, que tiene 30 años, quiere reeditar Muerte a crédito en los Estados Unidos, con un prefacio. Céline, sorprendido, entusiasmado, astuto: “Usted hace maravillas. Usted me hace revivir en los Estados Unidos. Es un milagro”.
Marquemos bien las fechas: en ese momento, en Francia, a Céline se lo considera como muerto, los daneses le salvan la vida oponiéndose a su extradición; prepara el proceso, para el cual moviliza todas sus fuerzas, “enciende” a su corresponsal inesperado, y se pone a hablarle de su arte poética, que desarrollará más tarde en sus Conversaciones con el profesor Y. Nueva estrategia: ante todo soy un estilista, inventé una nueva música, “soy todo para la danza”, mis ideas no tienen ninguna importancia, y por otro lado, el antisemitismo es completamente obsoleto, inepto, es “una idiotez fundamental”. ¿Leyó Mein Kampf? No. “Todo lo que piensan o cuentan o escriben los alemanes me abruma… Todo lo que está más allá del Rhin me coagula.” Y aún más: “La vociferación hitleriana, ese neorromanticismo chillón, ese satanismo wagneriano, siempre me pareció obsceno e insoportable”. La lengua estaba dormida, yo desperté su intimidad, su “rendimiento emotivo”. “Mi vida física es un martirio, mi vida mental, hay que reconocerlo, una perpetua fantasía.”
Hindus le hace preguntas y Céline responde. Es necesario que la lengua “palpite más de lo que razona”, él es un “colorista de las palabras” en un lenguaje de todos los días. ¿Realismo, naturalismo? Ah, no: “La verdad no me alcanza. Me hace falta una transposición de todo. Lo que no canta no existe para el alma. Mierda a la realidad. Quiero morir en música, no en razón o en prosa.”
¿Hindus tiene reservas sobre Freud? El sorprendente médico Céline le responde que “Freud fue un muy buen clínico”. Deliró, por supuesto, pero todo el mundo delira. En suma, “la enfermedad del mundo es la insensibilidad”. Y, ya que estamos en los recuerdos de los Estados Unidos (costado positivo: las piernas de las actrices del cine, el jazz), Céline le pregunta a Hindus si tiene noticias de su gran amor americano, a quien está dedicado el Viaje, Elizabeth Craig: “¡Qué genio había en esa mujer! Yo no hubiera sido nada sin ella. […] Ella comprendía todo antes de que se dijera una palabra… Son escasas las mujeres que no son esencialmente ordinarias o serviles, sino hechiceras y hadas. Vea a Isadora Duncan. Todo a su alrededor se vuelve un aquelarre.” Céline insiste: “Me detengo en las bailarinas. Por ese lado, soy griego, ¡ah, no por el sexo!, por el gesto… por su misma emanación”.
Hindus hace preguntas ingenuas: ¿Céline va a verificar los lugares que describe, hace planes? Respuesta inmediata y muy viva: “Todas esas historias de planes me parecen idiotas. Todo está ya escrito fuera del hombre, en el aire”. Un libro es un castillo aéreo, pero envuelto por un caparazón de bruma y de desorden. La escritura consiste en limpiar alrededor, y la “transmutación del milagro al papel es penosa, lenta, es la alquimia”. Nada más lejos del realismo o del naturalismo, ilusión grosera de todos aquellos que buscan la reproducción de lo sensible fuera de las palabras (y, según Céline, lo que le reprochan en primer lugar). “A decir verdad, yo no creé nada. Limpio una suerte de medalla escondida, una estatua hundida en la greda. Todo existe de antemano. Cuando todo está bien limpio, nítido, entonces el libro está terminado… […] Todo está hecho fuera de uno, en las olas, pienso. Ninguna vanidad en todo esto. Es un trabajo bien de obrero, de un obrero en las olas.”
Hindus está azorado: “Los franceses deben darse cuenta, les guste o no, de que usted es a los ojos del mundo su escritor vivo más importante”. Estamos en 1948, y Céline, en 2012, a más de cincuenta años de su muerte, está más vivo que nunca. En esa época, es considerado culpable, tanto más cuanto que las desinformaciones constantes apuntan a él, por ejemplo, que habría sido el médico de Pétain en Sigmaringen. Ahora bien, él nunca atendió a Pétain: “¡Me honrarían si hubiera torturado a Pétain!”. En definitiva, es denunciado todos los días, siendo la prensa comunista danesa la más virulenta. Poco importa que haya tratado a Abetz de “payaso para catástrofes” y a Hitler de “mago para Brandeburgo”. ¿Qué hacer? Escribir y escribir, y de ahí saldrá esa obra maestra titulada Fantasía para otra ocasión. “¡Soy Sísifo con una roca de papel! ¡Grotesco, como corresponde a estos tiempos grotescos!” Hindus es concreto: le envía a Sísifo café, té, azúcar y medias de nylon para Lucette, la mujer bailarina heroica del presidiario de las letras, el cual se burla del premio Nobel otorgado a Sinclair Lewis, “apoteosis de los insípidos”. Y un pronóstico radical: “Cuando toda la civilización europea se haya hundido, haya colapsado, sólo quedará un libro: el Viaje al fin de la noche”.
Por desgracia, todo va a arruinarse pronto, ya que Hindus, invitado por Céline, decide ir a ver a su ídolo a Dinamarca. Pasa primero por París y va a ver la tumba de la madre de Céline en el Père-Lachaise. Céline está conmovido. Pero ¿qué pasó allá, en Korsor, durante esas tres semanas? Hindus, como lo dirá más tarde, se asqueó de Céline. “Está tan lleno de mentira como un forúnculo de pus.” Es sucio, grosero, vanidoso, está obsesionado con el dinero, “ávido de sangre”, es una “víbora”. Hindus se venga de su propia admiración, y escribe El Gigante Monstruoso, que se convertirá en El Gigante Inválido [The Crippled Giant]. El 23 de agosto de 1949, Céline le escribe: “Yo  a usted no le hice ningún mal y usted me asesina”. Enseguida grita que hay difamación, amenaza con iniciar un juicio, y, retorcidamente, se queja con el presidente de la Brandeis University en la que Hindus enseña. Trabajo inútil, el libro de Hindus no tiene casi repercusión en Francia, y Céline no se privará de mentir diciendo que sólo vio a su admirador durante un cuarto de hora. “Hindus estaba desesperado por salir del anonimato. Una bella retractación pública, si usted quiere”. En 1950, el proceso de Céline se abre en París. Hindus, recuperado de su viejo amor, sostiene que Céline, “a pesar de sus límites”, es un gran escritor, lo que a Louis Martin-Chauffier no le parece una circunstancia atenuante sino agravante, argumento, replica Hindus, que siempre ha servido para perseguir a los hombres de talento. Ese proceso no ha concluido, ya que hoy mismo leo en una revista que Céline era una “basura”. A la pasada, citemos a un testigo de la época, interrogado por Hindus en Nueva York: “Céline ama a los niños, a los animales, a las bailarinas y los bombones de chocolate”. Se ve bien que era un monstruo.
Traducción: Mariano Dupont

Publicado en Le Nouvel Observateur el 23 de febrero de 2012.