"En el lenguaje es siempre la guerra" (Henri Meschonnic)

lunes, 28 de febrero de 2011

Por una historicidad radical

Por Mariano Dupont


No soy un entendido en Meschonnic. Muchos menos un especialista. Lo descubrí hace poco, hace más o menos dos años, gracias a Hugo Savino. La primera vez que Savino me lo mencionó, me dijo: te va a gustar, es un serial killer, se baja todo, no deja títere con cabeza. Un tipo muy resistido, odiado por la inteligencia francesa. Las cabezas del bienpensantismo francés no lo pueden tragar. Eso es más o menos lo que me dijo Savino. Me gustó ese prontuario. Uno siempre anda detrás de nenes así. Está demás decir que no abundan. Casi todos van por el surco, buenos hijos de la ortopedia universitaria.
Poco tiempo después me llegó la hora de entrar en Meschonnic: La poética como crítica del sentido, también traducido por Savino. Unas pocas páginas y confirmé: Meschonnic se las traía. Lejos de los lugares comunes de las teorías del lenguaje, de la lingüística, de la filosofía, de la traductología, del pensamiento. Lejos del tedio, o sea. Ahí se plantaba Meschonnic. Extemporáneo, descentrado, irónico, por momentos enojado, el tipo desmontaba todo, y al desmontar, iban cayendo uno a uno los bombines: Hegel, Heidegger, Adorno, Derrida, esos prestigios. A cambio, proponía a Humboldt (¿qué Humboldt?). También, sí, a Spinoza, a Benveniste. Y por supuesto a Mallarmé, a Baudelaire. Meschonnic pensaba, sí, pero al revés. Eso estaba claro. Daba vuelta el guante, invertía las coordenadas. Y desde ahí largaba sus puntazos. Desmontando todas las norias que se le iban cruzando. Un tipo con puntería. Tozudo. Evidentemente cansado de los lastres. Sin miedo. Decía que había que volver a Saussure para escuchar en él lo que el estructuralismo, arteramente, no había dejado escuchar. Liberar a Saussure, liberar a Mallarmé. Basta de dualismos, de coacciones: significante/significado, forma/contenido, sonido/sentido, fácil/difícil, traducible/intraducible y así siguiendo. Acabar con el reinado del binarismo del signo, con la tiranía del sentido. Males que no dejan escuchar el poema, el ritmo, la prosodia, la vida en el lenguaje. En contra de los filosofismos contemporáneos, del chamuyo de los profesionales del pensamiento. También de los poetas, de los mamuts del Museo de la Poesía Contemporánea. (Meschonnic se hubiera llevado bien con Gombrowicz, es muy posible.) Otro blanco: los traductores de la Biblia: todos sordos. Meschonnic contra todos. Para después ir hacia. Hacia allá, siempre más allá, en la búsqueda del sujeto del poema, de la máxima subjetivación –la máxima historicidad– de un sistema de discurso. Pero en el camino cayeron varios. Qué se le va a hacer. La buena medicina a veces es amarga. Alguien con pocos amigos, indudablemente. Alguien del palo, hubiera dicho Leónidas Lamborghini.
Barajar y dar de nuevo, porque hasta ahora todo mal. Empecemos de vuelta, dice Meschonnic. Siglos y siglos de torpezas, de malentendidos, de mezquindades, de sordera. Curarse de una vez por todas de la enfermedad del sentido, del signo. Tirar a la basura las ideas preconcebidas, las viejas representaciones del lenguaje. Hacer callar a los loros. Bajarlos de un hondazo. Meschonnic contra la cultura y el mantenimiento del orden.
Ética y política del traducir. Llegamos. Acá va. De vuelta Meschonnic, su bella pertinacia. De lado del poema. Del poema del lenguaje. De lo que el poema le hace al lenguaje. Una poética. Nada que ver con la poesía. Más bien una continuidad: lenguaje-poema-ética-política. Indisociables. El poema como un acto ético y político que transforma a la vez una vida y un lenguaje. La invención de una forma de vida por una forma de lenguaje y la invención de una forma de lenguaje por una forma de vida. El poema como el infinito del sujeto y el infinito del sentido. Todo por hacer, entonces, nos dice Meschonnic. Y de eso se trata: de hacer, no de decir. Ya se ha dicho demasiado, no hay nada más que decir. Por el contrario, está todo por hacer. Hacerle cosas al lenguaje (cosquillas, por ejemplo; cosquillas o cortes, cada cual a lo suyo): he ahí la ética, la poética y la política que propone Meschonnic. En sus palabras: un proyecto que opone el humor a la pseudoseriedad que confunde a los Sentados con el movimiento del pensamiento.
Con la traducción lo mismo: traducir, ya no lo que el texto dice, sino lo que el texto le hace al lenguaje. Vuelta al ritmo, al poema, a lo que Meschonnic llama el poema. Reinscribir en el lenguaje el poema que desde hace siglos nos viene birlando la poesía. Sí, la poesía nos roba el poema. Hay que recuperarlo. Que se escuche el poema, hacer que se escuche. Hacer el trabajo que no hacen los que reptan bajo la égida del signo, de lo discontinuo del signo. Traducir entonces el poema del texto, eso que el texto le hace al lenguaje. Terminar, una vez más, con el dualismo. Ahora con el de lengua fuente/lengua destino. Ni fuentistas ni metistas: meschonniquistas. Un híbrido. Un monstruo. Un pasaje. Una continuidad de lengua a lengua. Contra las traducciones “borrantes”, las traducciones que “desescriben”, las que buscan clientela. Abandonar las jerarquías. Ya lo dije: que se escuche el poema. Que no quede oculto bajo el ruido del sentido, el ruido de lo discontinuo.
Eso es, creo, lo que Savino ha intentado hacer al traducir a Meschonnic: poner en escena lo que casi todas la traducciones obedientes tienden a borrar: las costuras, los restos, las huellas del crimen. La vida de un texto, o sea, porque un texto sin costuras está muerto. La buena factura es la peor de las cárceles. Casi todo el mundo lo sabe. Lo sabe un nene de jardín de infantes. Pero la mayoría lo olvida. Y quiere todo limpio, todo claro. Y para eso interpreta. Que se vea claro, eso quieren. Claro y profundo. Interpretar: el homenaje que la mediocridad le rinde al genio. Ya lo dijo Susan Sontag. Por eso hay que machacar, lamentablemente hay que machacar, no queda otra. Meschonnic machaca. No se cansa. Vuelve una y otra vez sobre lo mismo. Lo mismo pero parecido. A ver si entra de una vez por todas. A ver si dejan de acunarse unos a otros. A ver si se dejan de boludear. A ver. Meschonnic está cansado, se nota en este libro, por eso cargosea. Muchos años contestándole a la gilada. Es lógico. Meschonnic es un cargoso, un molesto, sí, a esta altura no hace falta decirlo. En el lenguaje es siempre la guerra, decía, parafraseando a Mandelstam. Pero odiaba la polémica, esa retórica que busca el poder, silenciar al adversario. Lo de Meschonnic era la libertad. Hay que leerlo, se puede escuchar, está ahí. Por eso prefería hablar de crítica: la búsqueda de los funcionamientos y las historicidades de los discursos. Seguirlo, creo, es seguir su representación del lenguaje, su ética y su política, enemigas, siempre, de las convenciones discontinuas que nos propone la dualidad del signo.
Y termino. Termino citándolo. Un pasaje del libro en el que habla de la noción de sujeto. Meschonnic primero enumera: “sujeto filosófico, sujeto psicológico, sujeto del conocimiento de los otros y sujeto de la dominación de los otros, sujeto del conocimiento de las cosas y sujeto de la dominación de los cosas, sujeto de la felicidad, sujeto del derecho, sujeto de la historia, sujeto de la lengua, sujeto del discurso, sujeto freudiano”. Punto y aparte. Después cierra: “ninguno de esos sujetos escribió un poema”. Todo dicho.

Leído en la presentación del libro Ética y política del traducir, de Henri Meschonnic, en la Alianza Francesa, el 3 de diciembre de 2009.